Creo que en la vida una de las lecciones más difíciles es aprender a mirar. Mirar lo que hay, lo que es, lo que se manifiesta. Porque mirar implica más que enfocar la vista, que ejercitar los músculos oculares. Mirar, lo que se dice “mirar”, eso se hace con todo el cuerpo. Es enfocar la atención y abrir todos los sentidos a percibir. Sin más. Desde donde estamos captar aquello que se manifiesta frente a nosotros. Percibir sin interpretar, sin dar sentido, sin racionalizar. Acción complicada a mi entender. Tamaño esfuerzo sólo para crear un registro interno…
Muchas veces, el comprender “para qué” nos ayuda a justificar este tipo de tareas magnánimas a las que nos enfrentamos, como el percibir el medio que nos rodea, nuestra propia vida, nuestro ser. Entonces, ¿para qué mirar con todo el cuerpo? Y es que una vez que logramos hacerlo, compartimos por unos instantes la sabiduría del Todo, el sabernos parte de algo infinito, necesarios e irrepetibles, iguales y en sintonía. Por unos instantes disociamos las partes del todo, los todos en el Todo como partes en sí mismas, nuestra totalidad y parcialidad sincrónicas. Así, nos sabemos integrantes, íntegros, integrales.
La integralidad es una ley universal (y si no lo es, ya sería hora de que la agreguen a la lista). Inmanente. Habla de un estado, pero también de un hecho, de una filosofía, de una mirada, de un estilo de vida, de una acción política, de algo dado, de una forma de ser, de una idea, de un encadenamiento infinito de sucesos, de una decisión, de un trabajo, de mí, de vos, de todos, de Todo. Integral es todo lo que está entero, lo íntegro, lo que abarca la totalidad de las partes de una cosa. Integral es un enfoque desde el cual el todo es más que la suma de las partes, pero a la vez, cada parte es contemplada en sí misma como una totalidad y parte dentro de ese todo. Integral es un principio pasivo y activo al mismo tiempo. Lo integral no escapa al cuerpo, y por ello, no escapa a nuestra mirada cuando aprendemos a percibir.
Aprender a mirar con el cuerpo es algo que sucede a un ritmo y a tal profundidad como cada uno y todos sus componentes pueden, toleran y desean. Es algo que podemos hacer solos, en pareja, en grupos, virtual o presencialmente. Percibir nuestro entorno con el cuerpo, con éste como parte indivisible del mismo es una tarea tan fina, que ir compartiendo las enormes sutilezas que implica es algo que nace instintivamente, con ojos brillosos y caras de niños, con la solemnidad del adulto y humildad del anciano. La premisa es así CoN-Partir-Nos: con otro/s, partir en este camino para, entre todos y cada uno, integrarnos.